Vanguardia artística y compromiso político dieron forma a una noche histórica en la cuarta edición del festival Music Wins, que tuvo lugar el pasado 2 de noviembre en el predio Mandarine Park de Costanera Norte.

Un line up internacional estuvo encabezado por Massive Attack y Primal Scream, que durante los últimos años ocuparon el centro de la escena artística y política en el Reino Unido por liderar los movimientos culturales de protesta contra el genocidio que Israel lleva adelante en Gaza contra la población palestina.

El espíritu militante que durante todo el verano europeo se esparció por los principales festivales, tuvo su réplica en Buenos Aires donde no faltaron banderas y camisetas palestinas y mensajes contra los nuevos populismos de derecha y fascismos a nivel global.

Tan maradoniano como siempre, el gran Bobby Gillespie empuñó la bandera que pedía por una Palestina Libre para entonar los grandes himnos de Primal Scream. Rock y psicodelia que se mantiene tan vigente y vibrante como siempre, con «Loaded», «Movin’ On Up» y «Rocks» destacándose como los puntos más altos de un show que puso a bailar hasta al público más contemplativo.

A continuación el ataque frontal de Massive Attack, con un set profundamente impactante tanto de lo sonoro como lo visual. Canciones como «Teardrop», «Angel» y «Safe From Harm» resonaron como himnos en un show que confirmó su estatus como una de las bandas más visionarias de las últimas décadas.

Una puesta distópica en la que se denuncian los excesos del tecnofeudalismo contemporáneo, con un rechazo pleno al neofascismo (local e internacional) y a una sociedad de control que haría enmudecer al mismísimo Aldous Huxley.

La consagración de la Emperatriz

Cuando todavía el sol pegaba en la agradable tarde primaveral junto al río, fueron los franceses de L’Impératrice quienes se llevaron todas las miradas con su elegancia disco y su pop francés cargado de groove. Una invitación irresistible al movimiento con la presencia hipnotizante de la cantante Louve como gran revelación de la jornada.

La australiana Tash Sultana, por su parte tuvo su esperado regreso al país para volver a demostrar sus múltiples capacidades en guitarra, trompeta, voz; y un sinfín de recursos performativos que la posicionan como una de las grandes figuras del indie internacional.

Más temprano, The Whitest Boy Alive , el dúo integrado por Erlend Øye y Marcin Öz, regaló un set tan preciso como cálido, donde la sutileza de sus melodías y el pulso funk minimalista encontraron eco en cada rincón del predio. Yo La Tengo , en tanto, ofreció una actuación eléctrica y expansiva que funcionó como contracara perfecta del show acústico que habían dado la noche anterior en su sideshow en Deseo, una presentación íntima que sirvió para encender la llama del festival antes de su estallido sonoro en Mandarine.

El acento argentino se escuchó fuerte


La escena independiente local tuvo también su lugar protagónico. Winona Riders encendió la tarde con su rock crudo y directo, mientras que el dúo  Camionero impactó con su sonido garajera y crudo. Juana Aguirre emocionó con su voz y su sensibilidad, Evlay llevó la experimentación electrónica a un plano casi espiritual, e Isla Mujeres envolvió al público con su psicodelia pop.

Fonso y Las Paritarias aportaron su energía combativa, Sakatumba desató pogo y sudor, y OK Pirámides reafirmó su legado dentro del indie argentino. A su lado, propuestas como Socorro, Hannie Schaft, Ale Cares y los Magos Farciar, Máze, Nina Suárez y Terrores Nocturnos aportaron frescura, riesgo y nuevas narrativas sonoras.


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