Omar Souleyman regresó a Buenos Aires para demostrar sus dotes como agitador de audiencias profesional . Durante la noche del martes 31 de mayo, el carisma y magnetismo del enigmático cantante kurdo dominó durante una hora el escenario de Palermo, en ocasión de presentar en vivo los temas de su nuevo disco Bahdeni Nami (2015).
El show abrió con “Mawal Menzal”, tema introspectivo y recitado que da inicio al álbum. Cantando tras bambalinas las primeras estrofas, la imagen estoica e imperturbable de Souleyman hizo su entrada y sin derrochar gestos ni palabras, se ganó automáticamente a la audiencia. Minimalismo gestual y de recursos en su fase Premium, que lo llevaron de ser uno más de los tantos cantantes de bodas en los pueblos de Siria a un personaje destacado en los festivales de música de toda Europa.
Así se fueron sucediendo uno tras otro los nuevos temas, entre agite de palmas y gestos de reciprocidad a través de las mil y una formas de convocar al baile con sus manos. Pasaron entonces “Bahdeni Nami”, “Tawwalt El Gheba” y “Leil El Bareh” y “Darb El Hawa”.
En principio la ausencia de Rizan Said, el arquitecto de su sonido desde los teclados, se sintió como una pérdida. El compañero de ruta durante el apogeo de la carrera de Omar se solía destacar en vivo como un show aparte, funcionando como una orquesta de un solo hombre donde melodías y percusiones de derbake sampleadas en el sintetizador tomaban vuelo propio.
Pero lo que hizo la ausencia de su músico estelar fue potenciar aún más la capacidad de Omar de ser un show unipersonal, capaz de entretener sin pausa con los recursos mínimos disponibles. Con mayor apoyo en secuencias pre programadas, sacó a relucir todo su oficio de showman, un líder de masas que hipnotiza y pone en trance a toda una audiencia con armas tan modestas como un tecladista de fines de semana y canciones de casamiento que hablan de amor y romance.
Llegaron entonces los hits que dieron la vuelta al mundo on line y lo llevaron a la fama. Con “Warni Warni” y “Wenu Wenu”, su versión tecno pop del tradicional baile árabe dabke puso a todos a bailar.
Como en la decoración con mosaicos y relieves de una mezquita, la repetición de continua de formas simples se superpone para alcanzar formas abstractas y elaboradas. Y aunque nadie entienda las letras, a todos les llega el mensaje.
Texto: Mariano García