La primera impresión al recorrer en estos días el centro de Skopje, capital de la República de Macedonia, deja perplejo al visitante. Los principales edificios públicos y monumentos están coloridamente vandalizados, dejando un paisaje que da indicios para entender la agitada política local. Las imágenes que devuelve la ciudad al visitante dejan sensaciones confusas e informaciones contradictorias. Alejandro Magno proyecta su figura triunfante a 22 metros de altura en la Plaza Macedonia, pero sin ser mencionado. Es un guerrero a caballo anónimo, pintarrajeado en su base por los opositores al gobierno, que provoca a sus vecinos griegos y está no sólo en el centro de la ciudad, sino de la controversia política. Presente y pasado se superponen y discuten con la población en las calles: caminar por Skopje se convierte así en un ejercicio histórico y antropológico.
De todos los países ex comunistas del este europeo, Macedonia es posiblemente el que ha permanecido en el mayor anonimato. La transición hacia la conformación de una república independiente y soberana estuvo contextualizada por las fuertes tensiones interétnicas y graves crisis económicas que caracterizaron a la disolución yugoslava; pero a su vez se mantuvo al margen de las guerras que tuvieron lugar en Croacia, Serbia y Bosnia.
No por menos violento el proceso de conformación del nuevo Estado macedonio estuvo exento de conflictos y contradicciones, en su tarea de reconstrucción identitaria nacional. Así lo explica el especialista Carlos Flores Juberías (Profesor de Derecho constitucional en la Universidad de Valencia y Cónsul Honorario de la República de Macedonia en la Comunidad Valenciana): “Como cualquier Estado soberano, y más aun como cualquier estado soberano de independencia todavía reciente –y suya data apenas de 25 años atrás– Macedonia ha tenido que empeñarse en la creación de una conciencia nacional propia sobre la que asentar su condición de Estado independiente. Eso, en un contexto como el de los Balcanes, donde los distintos países actualmente existentes han compartido una historia común durante siglos –primero bajo Bizancio, luego bajo el imperio otomano, y finalmente en el marco de la Federación Yugoslava–, donde las identidades nacionales se entremezclan, ha sido y es extraordinariamente complejo. Y es que en los Balcanes es a menudo imposible establecer si una determinada canción, o un plato típico, o incluso un personaje histórico es patrimonio de unos o de otros, y de ahí que las fricciones entre Macedonia y sus vecinos hayan sido frecuentes”.
Skopje: reconstrucción y nacionalismo
Para el momento de la independencia, Skopje todavía mantenía en su tejido urbano las cicatrices del terremoto de 1963, que destruyó la capital macedonia casi por completo, causando un millar de muertos, más de 200 mil personas sin hogar y el 80% de la ciudad reducida a escombros. Gracias a la ayuda internacional Skopje fue de a poco levantándose de nuevo, en un estilo austero propio de la Yugoslavia socialista de aquellos años.
Pero con la Macedonia independiente consolidada, surgió en los últimos años un movimiento nacionalista que buscó refundar la idiosincrasia nacional ante la crisis de identidad post yugoslava, en un proceso político e ideológico cargado de numerosas tensiones. “El problema aparece cuando en el corazón de los Balcanes aparece un nuevo Estado, que además es multiétnico, y reivindica parte –subrayo la palabra: parte– de las señas de identidad que hasta ahora griegos, albaneses, búlgaros y serbios consideraban exclusivamente suyas”, sintetiza Flores Juberías.
El cambio de siglo encontró a Macedonia buscando diferenciarse de sus vecinos eslavos (Serbia, Bulgaria), enemistados con Grecia al sur, y albergando dentro de sus fronteras a un importante porcentaje de población albanesa, con quienes comparten frontera al oeste y también al norte con Kosovo, donde tuvo lugar un conflicto bélico de baja intensidad en 2001 que puso a las dos comunidades étnicas mayoritarias del país al borde de la guerra civil. Las diferencias fueron resueltas finalmente por la vía política al celebrarse ese mismo año el Acuerdo de Paz de Ohrid (agosto 2001), que garantizó la integridad territorial macedonia y los derechos civiles de la minoría albanesa, al tiempo que puso fin a las agresiones armadas.
A partir del año 2006 el partido gobernante VMRO-DPMNE (sigla que simplifica a la Organización Revolucionaria Interna Macedonia – Partido Democrático por la Unidad Nacional Macedonia) puso en marcha el movimiento llamado Antiquización («Antikvizatcija»), que buscó en el pasado de la antigüedad clásica los elementos para un renacer nacionalista en torno a la figura de Alejandro Magno, rey de Macedonia desde 336 a.C hasta su muerte trece años más tarde. Este proceso apuntó a conformar una nueva identidad macedonia que se remonte a la antigüedad clásica, allí mismo donde los albaneses reclaman también sus ancestros, en las antiguas tribus Ilirias.
La entronización de Alejandro III y su padre Filipo II como próceres nacionales aumenta la confusión preexistente, pues la actual República de Macedonia no corresponde territorialmente con el reino de Alejandro en la Grecia clásica, ubicado en lo que hoy es la provincia que lleva el mismo nombre en la república helénica. Es decir, Macedonia adoptó la denominación tradicionalmente otorgada a una región histórica, a pesar de estar asentada sobre un territorio que solo en parte coincide con el de ésta, y que al mismo tiempo es la misma denominación de una región administrativa de su vecino griego. Esto recrudeció la histórica disputa entre Macedonia y Grecia por el nombre del país, que impide el ingreso de la ex república yugoslava bajo su nueva denominación a la Unión Europea y la OTAN por el veto que impone Grecia, que argumentan que dicho nombre implica reclamos territoriales sobre la provincia griega homónima, en la frontera entre ambas naciones.
Pero Macedonia es a su vez un país de lengua eslava, lo cual no coincide con el linaje helénico del nuevo héroe patrio. Aquí tenemos una nueva superposición geográfica y conflicto cultural, esta vez con los vecinos del Este, ya que otro de los motivos de orgullo nacional es haber sido la cuna del alfabeto cirílico, creado en lo que actualmente es Macedonia por San Clemente de Ohrid, Arzobispo del Primer Imperio Búlgaro durante el siglo IX. Entonces, la reivindicación de la pertenencia nacional del alfabeto que usa una gran cantidad de países eslavos choca nuevamente, entre la tradición étnica y la localización geográfica.
Estas son algunas de las principales tensiones que tuvieron su impacto urbanístico en la capital macedonia, cuando los esfuerzos para reconstruir la ciudad y darle una nueva identidad arquitectónica y paisajística se vieron atravesados por cuestionamientos sobre los medios para realizarlo y las selecciones estéticas e ideológicas de lo que se denominó Proyecto Skopje 2014.
Llevado adelante por el gobierno de Nikola Gruevski (2008-2016), este proyecto de remodelación de la ciudad tuvo sus cimientos ideológicos en el creciente nacionalismo provocado por el aislamiento regional de Macedonia. Con los lazos de su herencia sureslava cortados, bloqueado su ingreso a la Unión Europea por su enemistad con Grecia, compitiendo con Bulgaria por el capital cultural de mayor valor en la zona (el idioma y el alfabeto), la antiquización fue una apuesta del gobierno para buscar en la política identitaria una forma de reafirmar su autoridad y sobrellevar los efectos que la crisis económica mundial tenían en su debilitada nación.
Con una mirada positiva sobre este proyecto, Flores Juberías afirma que “Macedonia está embarcada en un proceso de recuperar su historia para redefinir su identidad, en el que si algo está meridianamente claro es que ésta es el resultado de una sucesión de acontecimientos y una superposición de influencias. De ahí que Macedonia esté reivindicando, claro está, el legado de la época alejandrina, pero también el de Bizancio, el de las invasiones eslavas, el del periodo otomano y –si cabe con mas énfasis–, el de su propia lucha por la independencia.”
Con un costo estimado declarado por el gobierno de 80 millones de euros (mientras que la oposición denuncia que fueron en realidad 500 millones), el proyecto está acusado por sus detractores de haber sido vehículo de sobreprecios, corrupción y lavado de dinero. No sorprende entonces que los manifestantes hayan descargado su furia en forma de coloridas bombas de pintura contra los principales monumentos del centro de la capital. El centro del vandalismo opositor fue la Puerta Macedonia, un arco del triunfo que no celebra en realidad ninguna victoria militar. El arco es obra de la escultora Valentina Stefanovska, quien también realizó a menos de 100 metros la monumental fuente y torre coronada por una estatua a Alejandro Magno (denominada “Guerrero a Caballo” para no seguir provocando a los griegos), que busca imponer desde las alturas la idea de un lazo eterno entre el conquistador y la actual república.
Para Vangel Bozynovski, presidente de la Asociación de arquitectos de Skopje y uno de los teóricos del proyecto que lidera esta reforma urbana, “si tienes un estado durante más de 20 siglos, has combatido tantas guerras, y al final has ganado, necesitas un arco de triunfo”, declaró en 2011 al diario Folha de Sao Paulo. La artificialidad de este relato triunfal es advertida por la economista y activista social Ana Filipovska, al denunciar que “quieren crear una imagen de Macedonia como una nación históricamente vencedora, lo cual no es verdad. Siempre estuvimos ocupados por otros”, explica.
Un visitante novato podría pensar que esos símbolos nacionales pertenecen a la ciudad desde siempre, contaminado por la profusión de souvenires y el discurso oficial dominante. Pero no se trata sólo de dos monumentos. Son cientos de ellos, ubicados sin ningún tipo de criterio, que inundan de bronce, mármol y pátinas doradas la ribera del río Vardar. El gusto a kitsch no tarda en aparecer luego de un rato paseando entre una escenografía que tiene más de Las Vegas que de Praga o Budapest, a las cuales parecen haber querido imitar. Las luces de colores que adornan este relato proyectan su brillo sobre el gris de concreto que caracterizó tanto a Skopje como a otras ciudades yugoslavas (que sobrevive en otras capitales de la región, como Podgorica). Pero el problema no es solo estético: la nueva ideología de gobierno corre el riesgo de dividir a la población entre los que se identifican con este nuevo relato antiquista y quienes reafirman su identidad eslava (mayoritaria) o albanesa (casi un 30% de la población).
Sin embargo, para Flores Juberías este proyecto constituye un elemento integrador de la sociedad macedonia, pues “la reivindicación del legado histórico de la época alejandrina se proyecta sobre una etapa previa a la aparición tanto del cristianismo –y de la ortodoxia– como del Islam, factores que al ser un elemento identificador de las dos principales comunidades del país –la eslava, ortodoxa; y la albanesa, mayoritariamente musulmana– sí que podrían resultar divisivos. Aunque cualquier otra cosa palidezca ante la imagen del gigantesco Museo Arqueológico de Skopje en la forma de un templo clásico, no sería conveniente olvidar que en los últimos años se han restaurado docenas de mezquitas, baños, fortalezas, posadas y otros vestigios del legado otomano, y que en este proceso de consolidación de una nueva identidad nacional, la aportación albanesa ha sido también tenida en cuenta.”
Por otro lado, analistas albaneses como Sefer Tahiri han acusado al gobierno de querer crear un estado mono-étnico, únicamente “macedonio”. Desde el espectro opositor, se pone énfasis en lo político para no caer en la trampa discursiva étnica creada por el gobierno. Filipovska, que participó activamente en las protestas, afirma que “no podemos decir que los manifestantes contra el gobierno están más orientados hacia lo eslavo, porque hay sentimientos mezclados en lo que respecta a la identidad macedonia. Lo que da unidad a las protestas es liberar a la sociedad de un gobierno de criminales y corruptos”. Otros ciudadanos sienten que “el enfrentamiento entre oposición y gobierno lo único que hace es arruinar la ciudad”, tal como afirma Marina Bozhinovska. Escéptica también respecto a los motivos de las protestas, agrega que “esa gente que estuvo arruinando la ciudad están muy bien pagos, otros son simplemente unos infelices y el resto hooligans”. Gente como Marina no se siente tan a disgusto con las reformas urbanas del gobierno: “no es que me guste todo, pero algunas cosas sí, como las esculturas en los puentes”. Sin un discurso crítico tan elaborado, muchas personas como ella sufren también la confusión identitaria de la actual Macedonia: “Se dicen tantas cosas sobre Alejandro Magno, incluso sobre su promiscuidad, que si me lo preguntan, ya no estoy segura si no descendemos de los turcos. Quizás sus genes estén en nosotros, pero siempre aparece algo más. Así que al diablo con los libros de historia y la política, hay que continuar y vivir nuestras vidas”.
Pero la nueva narrativa antiquista no es sólo una discusión histórica o estética. En gran parte, esta reconstrucción de una Macedonia “clásica” diluye la historia y presencia albanesa, eslava y griega en la zona, con el peligro de desembocar en un ultra nacionalismo. En junio de 2009, el arqueólogo Pasko Kuzman declaró en televisión que “Macedonia sólo puede defender su nombre si prueba que la nación macedonia tiene raíces en la antigüedad clásica, no eslavas”. Las conclusiones del arquitecto Bozynovski son más radicales y preocupantes: “Este era el centro de la parte este de Europa y desde aquí se expandió la civilización. Los eslavos no existen y mucha de la historia europea es falsa”.
Nacionalismo maligno
El autor y académico serbio Ranko Bugarski describe dos tipos de nacionalismos, en su estudio sobre el rol de la lengua en la radicalización de las posturas étnicas que llevaron a la desintegración de la ex Yugoslavia: uno relativamente benigno, y otro decididamente maligno.
El nacionalismo benigno es aquel que cumple una función integradora en relación a una comunidad dada. Se trata de un nacionalismo cívico, con connotaciones positivas orientadas a la consolidación de una nación dentro de sus límites, estableciendo redes y lazos económicos, culturales, sistemas de salud, educación, etc.
Por el contrario, el nacionalismo negativo es aquel que cumple una función demarcacional con respecto a otras comunidades, y se apoya en factores étnicos antes que políticos. “Cuando el nacionalismo aparece al nivel de un grupo étnico, nos encontramos con el bien conocido fenómeno del nacionalismo étnico (o etnonacionalismo), típicamente agresivo y maligno.” Estas ideas fueron desarrolladas en 1997 para explicar las relaciones entre lengua y nacionalismo en las guerras yugoslavas de los ’90. Sin embargo, la caracterización de los mecanismos por los cuales las manipulaciones simbólicas acompañaron acciones bélicas presentan algunas similitudes discursivas con la corriente antiquista macedonia y la actualidad del país respecto a sus vecinos, que obliga a encender una luz de alarma:
“Anclado en el pasado mítico, mostrando reverencia hacia las santidades nacionales y su correspondiente iconografía. La función demarcacional, por otra parte, toma en este caso la forma de un latente o manifiesto chovinismo y xenofobia, que de este modo representa una amenaza para los otros grupos étnicos y también para las fronteras del estado.” (Bugarski, 1997, p. 18)
En una entrevista durante el año 2009, Sam Vankin, ex asesor y co autor junto al Primer Ministro Gurevski de este proyecto de reconstrucción urbanística, lo caracterizó como esencialmente anti albanés, antes que anti griego o anti búlgaro. De acuerdo con Vankin, el objetivo del proyecto es “marginalizar a los albaneses y crear una identidad que no les permita convertirse en macedonios”. Por lo tanto, en su esfuerzo por forjar una nueva identidad nacional, Macedonia causa al mismo tiempo una crisis interna y empeora las tensiones con sus vecinos. Porque si el objetivo era demarcar el terreno hacia Albania, las consecuencias en la relación con Grecia no resultaron tampoco favorecidas.
“Es innegable que algunos de los gestos de mayor calado simbólico realizados por el Gobierno de Skopje –como la erección de la gigantesca estatua de Alejandro Magno en la Plaza Macedonia, o la imposición de su nombre al nuevo aeropuerto de la capital– han molestado profundamente al Gobierno de Atenas. Pero no son menos ciertas estas otras dos afirmaciones. Una, es que Grecia, que tiene problemas infinitamente más serios que éste, ha utilizado el conflicto con Macedonia a modo de cortina de humo, y su exagerada dureza con el país a modo de compensación por su debilidad frente a Bruselas. Y la otra es que a fin de cuentas, el veto griego a la integración euroatlántica de Macedonia ha acabado circunscribiéndose a la cuestión del nombre del nuevo Estado, y eso es algo que para los ciudadanos macedonios trasciende a las políticas de unos u otros gobiernos, y es objeto de un apoyo prácticamente unánime”, concluye el profesor Carlos Flores Juberías.
La escasa tradición militar de Macedonia y su débil desarrollo económico y bélico hacen que los excesos de populismo y nacionalismo en su nueva ideología estatal se manifiesten sólo en el plano simbólico, sin llegar aún al peligro de una xenofobia extremista. Pero expertos como Zarko Trajanovski marcan que la Antiquización puede convertirse en una espada de doble filo, que al intentar crear una nueva nación destruya al Estado existente mediante una política de división que cree etnias antagónicas y de paso a intolerancias que deriven en una posible guerra civil. Resintiendo la relación con sus vecinos, la principal consecuencia de este proceso es fronteras adentro, con un creciente aislacionismo étnico-nacional cuya principal víctima no es otra que sus propios ciudadanos.
Texto: Mariano García
Fuentes:
Bugarski, Ranko: Lengua, nacionalismo y la desintegración de Yugoslavia, Universidad de Belgrado. Revista de Antropología Social, n° 6, Servicio de Publicaciones, UCM, 1997
Flores Juberías, Carlos: Macedonia, entre la crisis y la consolidación. Revista CIDOB d’Afers Internacionals. No. 51/52 (diciembre 2000 – enero 2001), pp. 61-94.
Peshkopia, Ridvan: Conditioning Democratization. Institutional reforms an EU Membership Conditionaliyt in Albania and Macedonia. Anthem Press, London, 2014.