Emir Kusturica: el arquitecto del supremacismo serbio

Lejos de su pico de creatividad tanto cinematográfica como musical, acontecido hace más de una década, en los últimos años Emir Kusturica se dedicó al desarrollo de proyectos turísticos de intenciones dudosas y resultados cuestionables. En principio propuestos como paseos culturales, son una escenografía que esconde tras de sí los objetivos del nacionalismo serbio que le da apoyo económico e inspiración ideológica.

En el sitio donde filmó la película “La Vida es un Milagro” (2004), Kusturica construyó luego Drvengrad, una villa de estilo tradicional en medio de las montañas serbias a la que se accede a pie desde Mokra Gora, en el distrito occidental de Zlatibor, cerca de Užice.  También conocida como “Küstendorf”, la arquitectura en madera de sus hoteles, restaurantes, casas e iglesia no deja de ser un valorable aporte a la región, cuyo principal atractivo es el paseo en el antiguo tren Sargan 8, al pie de la aldea.

La ubicación de Drvengrad, al tope de la colina de Mećavnik, ofrece una vista privilegiada de los valles, montañas y bosques la frontera centro-occidental de Serbia. Al recorrer sus calles, nombradas en homenaje a los ídolos que admira Kusturica (Maradona, Novak Djokovic, Federico Fellini, Stanley Kubrick, Yuri Gagarin, etc.), el visitante se ve inmerso en un ambiente romántico, atractivamente irreal. Una ficción que uno quisiera creer.

En palabras del director de cine serbio nacido en Bosnia, en el momento de la inauguración: “Perdí mi ciudad (Sarajevo) durante la guerra. Por eso es que quise construir mi propia villa. Es el lugar donde viviré. Sueño con un lugar con diversidad cultural, que se oponga a la globalización” (Julio 2004).

Sin embargo, la presencia dominante de un complejo hotelero 4 estrellas con precios de 80 a 120 euros la habitación doble, hacen que pasar la noche en Drvengrad no cueste menos que hacerlo en cualquier otro hotel del mercado capitalista que tanto condena el cineasta. Y un dato extra que no sería del agrado del Che Guevara, o los líderes comunistas y soviéticos que Kusturica venera: los visitantes que no se hospedan en Drvengrad deben pagar entrada para recorrerla.

Habría que preguntarle acerca de tanta propensión hacia el lucro y la plusvalía a uno de los nuevos fetiches de Kusturica, José “Pepe” Mujica, que estuvo este año de visita como parte del documental que el director está filmando sobre el ex presidente uruguayo. Emblema de una retórica anticonsumista y antimercado, la presencia de Mujica en la región causó controversia no durante su paso por Drvengrad, en julio pasado, sino por el segundo proyecto urbanístico promovido por Kusturica, en la vecina Federación Bosnia-Herzegovina.

A apenas 30 kilómetros de Mokra Gora, cruzando la frontera hacia el oeste, se encuentra la histórica ciudad de Višegrad, en territorio que actualmente pertenece a la República Srpska, entidad autónoma otorgada a la población serbia que habita Bosnia luego de los acuerdos de Dayton de 1995, que pusieron fin a la guerra entre ambas naciones.

Escenario de crímenes de guerra durante la desintegración de Yugoslavia a principio de los ’90, la ciudad atraviesa en la actualidad  un proceso de negación de su propia historia a través de un nuevo proyecto turístico de Kusturica  denominado Andrićgrad, en homenaje al escritor Ivo Andrić, novelista local que ganó el Premio Nobel de Literatura en 1961 por su obra “Un puente sobre el Drina”.

Inaugurado en 2014, tanto la creación de esta mini ciudad dentro de Višegrad como la carga ideológica que la promueve han sido objeto de fuertes críticas. Con un costo superior a los 10 millones de euros, es evidente que la financiación de este proyecto megalómano no estuvo a cargo de Kusturica, sino que el director está cumpliendo un rol propagandístico al servicio de la política nacionalista serbia.

En ocasión de la Feria del Libro que se realizó el pasado verano en las instalaciones de Andrićgrad, Kusturica llevó como invitado personal a Mujica, a quien el gobierno le otorgó la Orden de la República Srpska, la máxima condecoración de la entidad serbia dentro de Bosnia y Herzegovina. El ex presidente uruguayo, al recibir el galardón, declaró que “Estoy muy honrado de estar hoy con ustedes, porque me siento rodeado de buena gente. Estoy al tanto del drama del pueblo yugoslavo, y espero que algún día la guerra no sea necesaria para resolver los problemas”, declaró.

Aunque parece que Pepe Mujica no estaba muy al tanto ni de la buena gente que lo premiaba, ni de las implicancias negativas de la condecoración que llevaba a su pecho, y muchísimo menos del drama del pueblo yugoslavo. La Orden de la República Srpska es un galardón de pésima reputación que anteriormente se otorgó a genocidas y criminales de guerra como el General Ratko Mladić  y Radovan Karadžić (líderes políticos y militares de la República Srpska  durante la Guerra de Bosnia, entre 1992 y 1995, que estuvieron al mando del sitio de Sarajevo y de la masacre de Srebrenica, el mayor caso de asesinato en masa cometido en Europa desde la Segunda Guerra Mundial) y Slobodan Milošević (presidente de Yugoslavia y Serbia en aquella época, también responsable por aquellos crímenes de lesa humanidad).

La población bosnia vio sorprendida como un personaje como Mujica, conocido en Europa por su estilo de vida humilde e ideas progresistas, había caído en la trampa de Kusturica, en medio de un faraónico entorno urbano llevado adelante por gente que nada tiene que ver con su prédica. Porque con sólo prestar atención y asesorarse correctamente, las malas vibraciones que emite Andrićgrad al visitante son evidentes.

En principio, porque la artificialidad del nuevo complejo corre a un segundo plano al legendario puente de piedra que une los dos márgenes de la ciudad, construido en épocas del imperio otomano, y que inspiró la obra máxima de Ivo Andrić. De familia croata católica residente en Sarajevo, criado en Višegrad, fallecido en Belgrado; la biografía del escritor lleva a cuestas la diversidad y tolerancia que nada tiene que ver con el paseo turístico al cual hoy da nombre, donde se homenajea exclusivamente a los íconos culturales serbios como Gavrilo Princip o Nikola Tesla.

Un recorrido por Andrićgrad ofrece únicamente muestras una ideología supremacista serbia, en oposición explícita a sus vecinos musulmanes tanto bosnios como albano-kosovares. La exacerbación de lo eslavo llega incluso a lo kitch, con souvenires rusos que van desde las tradicionales matrioshkas hasta pines y remeras de Vladimir Putin. En la feria del libro que animó la ciudad durante el verano, las biografías de Mujica, Milošević y Putin se entremezclaban con la obra de Andrić en los puestos de venta. Desde la iglesia ortodoxa al final del terreno sobre el río hasta los restaurantes, plazas y monumentos, todo se siente vacío y artificial; como una escenografía al día siguiente de haber terminado el rodaje de una película.

Más grave aún, quitarle al puente que atraviesa el Drina su entidad como eje de la historia de la ciudad implica también ignorar el genocidio que tuvo lugar en este lugar icónico, en lo que fue la masacre de Višegrad de 1992, cometido por la policía y ejércitos serbios contra la población bosnio musulmana.

El negacionismo y la mentira parece ser el deplorable motivo detrás de esta remodelación turística de la ciudad liderada por Kusturica. A los visitantes que llegan sin estar al tanto de la historia y las guerras recientes, se les recomienda visitar el hotel y spa de Vilina Vlas, para pasar allí una tarde en sus piletas y disfrutar de sus aguas termales y servicios fisioterapéuticos. La cara oculta por la oficina de turismo es que ese hotel, de arquitectura típica de los años yugoslavos, fue un campo de concentración y de violaciones masivas durante la guerra de Bosnia, donde hombres y mujeres bosníacos (bosnios musulmanes) fueron víctimas de las tropas serbias.

Višegrad, ciudad famosa por su puente, símbolo de interculturalidad en los Balcanes, hoy es un polo que concentra lo peor del extremismo político serbio. El aporte de Kusturica es un factor fundamental en este relato que  niega el aporte islámico a la ciudad, en un lugar donde sus compatriotas serbios cometieron los peores crímenes y limpiezas étnicas contra los musulmanes bosnios.

Kusturica no perdió a Sarajevo, como le gusta decir como justificación para sus nuevos proyectos urbanos. La capital bosnia sigue en pie, reconstruida con dolor y con heridas que quizás nunca veremos sanar. El que eligió abandonar tanto a su ciudad natal como a su identidad islámica fue Emir. Nacido como bosnio musulmán, su conversión a la ortodoxia serbia luego de la guerra fue una decisión que lo alejó de sus orígenes, para abrazar la ideología extremista de quienes cometieron genocidio contra su propio pueblo.

Texto: Mariano García

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