El nuevo éxodo jujeño

Hace más de 200 años, las tropas españolas provenientes del Alto Perú provocaban la retirada del Ejército del Norte comandado por el general Manuel Belgrano. Refugiados en Tucumán, no sólo el ejército emprendió el repliegue, sino que se ordenó por razones de estrategia militar evacuar por completo a la población de San Salvador de Jujuy. Aquella triste mañana del 23 de agosto de 1812, el Éxodo Jujeño daba su inicio y los habitantes de la ciudad abandonaron y destrozaron sus casas, arriaron el ganado y quemaron sus cultivos con el objetivo de no dejar víveres ni recursos que las tropas realistas pudieran aprovechar.

Hoy el nuevo éxodo no tiene lugar en la capital provincial, sino en la Quebrada de Humahuaca. Sin los ribetes heroicos de aquella muestra de sacrificio por la patria, este nuevo desplazamiento de población es mucho más silencioso. Las fuerzas invasoras son una vez más europeas, pero cuentan con el apoyo de una legión tanto o más numerosa de argentinos, porteños en su gran mayoría. Un auténtico ejército de turistas y empresarios que con el dinero como principal arma están avasallando tanto el paisaje como la cultura de un lugar que durante años se mantuvo a salvo de los grandes negocios y modas turísticas.

Paradójicamente, todo comenzó a empeorar cuando en julio de 2003 la Unesco declaró a la Quebrada de Humahuaca como patrimonio de la Humanidad, con el objetivo fomentar la preservación cultural y paisajística de los pueblos y localidades que se despliegan de norte a sur al borde del Río Grande. El resultado fue todo lo contrario: a partir de entonces, los ojos de las empresas nacionales e internacionales de turismo y hotelería tomaron nota de un destino que hasta entonces sólo era transitado por unos pocos y verdaderos amantes de la cultura norteña, con un impacto negativo sobre aquello que se pretendía preservar que aún debe evaluarse.

El boom se potenció con la moda indigenista que se esparció viralmente entre las clases medias intelectuales de las grandes urbes argentinas; sobre todo a partir de la victoria electoral de Evo Morales en Bolivia, país que preside desde 2006. Con menos ideales y más afán de lucro, los acompañaron una cantidad enorme de capitales extranjeros que vieron una excelente oportunidad de negocios en el hasta entonces paraje virgen.

Tilcara y los hippies de verano

El epicentro de este fenómeno es la ciudad de Tilcara. Allí, una verdadera horda de neo-hippies invade cada temporada veraniega. Los artesanos de larga data, que llegaron a la ciudad hace más de quince años, los denominan irónicamente “hippies de verano”. Se trata en su mayoría de estudiantes y jóvenes de clases medias y altas que pasan algunos meses como mochileros, pretendiendo andar por la vida escasos de recursos como si eso los acercara de alguna manera a la vida de los aborígenes.

Mientras sus vidas acomodadas los esperan a su regreso, los hippies de verano se disfrazan con ropas “típicas” que no son otra cosa que souvenires, duermen en las estaciones de bus pero sin dejar de estar pendientes de sus iPhones, hacen la parodia de la vida pobre y sacrificada “indigenista” al mismo tiempo que desprecian y desplazan a los auténticos indígenas que aún hoy viven en la zona.

Estos “aventureros”, tan cool con sus anteojos de sol y ropa de marcas carísimas, andan haciendo dedo por las rutas evitando pagar así el módico importe de un micro de media distancia. Otros cargan a cuestas equipos de alta montaña, mochilas, carpas y bolsas de dormir como para escalar el Aconcagua y terminan acampando en el garage de un hostel a metros de la ruta. O peor, durmiendo en las cuchetas de un cómodo hotel.

Muchas de las escenas que protagonizan son tan obscenas como repetidas. No deja de ser ofensivo, por más que se haga costumbre, verlos negarles la propina a los chicos que les bajan los bolsos de los micros en las estaciones. Peor aún cuando se da el caso de un grupo de españoles que, luego de hacerle bajar a uno de los jóvenes unas siete mochilas, se ofenden ante el pedido de una simple moneda diciéndole que eso debería estar incluido en la tarifa del pasaje, o que ya pagaron el importe en la boletería.

En Tilcara la división sociodemográfica se expresa claramente en cuestión de metros. La calle Belgrano, que une los puntos neurálgicos para el turismo como lo son la estación de ómnibus y la plaza central, concentra los hostels, resutaurantes y negocios dedicados al turismo. A sólo cien metros, en calles como Lavalle y San Martín se apiñan almacenes, negocios y ferias que hacen a la vida cotidiana de los jujeños. Dos mundos separados y casi irreconciliables, al punto que casi no se ven turistas fuera de las calles y sectores reservados para ellos.

A pesar de que la ciudad viva en gran parte del turismo, los habitantes Tilcara no dejan de tener desconfianza y rechazo ante el enorme choque que representa para ellos esta invasión que los violenta sobre todo en el plano cultural. La riqueza del visitante (sobre todo el extranjero) choca cruelmente contra la realidad local.

Desde los chicos a los ancianos, todos suelen evitar el contacto con los turistas a menos que sea por trabajo. Como sucede, por ejemplo, en uno de los tantos micros locales que recorren la Quebrada: allí casi siempre los asientos traseros estarán ocupados por mochileros que desparraman sus pertenencias y ocupan asientos con sus equipos, mientras que los jujeños se apilan parados en la mitad delantera del colectivo. Los más ancianos incluso prefieren ir de pie adelante, antes que animarse a sentarse en la parte trasera junto a esos extraños personajes.

El éxodo de los siete colores

El desplazamiento de población es más dramático en Purmamarca. En verano es un pueblo sitiado por turistas; sólo quedan los jujeños que trabajan en hotelería, transporte o negocios y puestos artesanales.

Allí la mayoría de las familias originales han abandonado la ciudad, expulsados por la ola turística. Muchos se mudaron a Maimará, pueblo menos redituable para la explotación comercial y por lo tanto más habitable para los jujeños. Otros se apiñan en las afueras de San Salvador de Jujuy, en un creciente aglomerado informal que se repite en las villas de Buenos Aires, como la 31 de Retiro, donde muchos jujeños de la Quebrada también han recalado en búsqueda de oportunidades que ni siquiera el boom turístico puede ofrecer.

Porque las flagrantes desigualdades económicas no se ven sólo en las grandes capitales. En Purmamarca, camionetas 4×4 importadas hacen temblar a su paso las paredes de adobe de las casas y a veces ni siquiera entran en callecitas de tierra trazadas por el transporte a sangre. Hoteles boutique cinco estrellas que alteran la urbanización original y separan apenas por un alambrado la opulenta vida de sus pasajeros de la vista de los humildes quebradeños. La cultura joven urbana toma por asalto los espacios públicos con costumbres que nada tienen que ver con las tradiciones más conservadoras del lugar.

Villazón y después

Viajando rumbo norte todo se hace más dramático, sobre todo las desigualdades. Hasta llegar a la frontera con Bolivia, que separa la ciudad argentina de La Quiaca con su par boliviana, Villazón.

En Villazón la indigencia y la explotación humana están tan a la vista, como invisibles para los turistas que sólo van a la ciudad de frontera como un divertido paseo de compras baratas y regateo. Paraíso de tecnología china libre de impuestos y réplicas de todo lo que se imagine, la ciudad boliviana recibe con los brazos abiertos a la horda de mochileros y hippies de verano a los que sólo les interesa conseguir gangas.

Mientras tanto, el paso fronterizo es cruzado en ambas direcciones por un tráfico hormiga de hombres, mujeres y niños que cargan sobre sus espaldas kilos y kilos de mercadería que al ser transportados a pie están libres de impuestos. Los comerciantes de ambos lados de la frontera pagan miserias (centavos por kilo transportado) a cientos de personas que literalmente se desloman ante la mirada indiferente de los turistas.

Turistas que de regreso llaman por teléfono a sus familias en Buenos Aires, extasiados por la experiencia de regateo tercermundista. Anteojos de sol, guantes de lana, reproductores de mp3, cámaras de foto, todo baratísimo gracias a un sistema casi esclavizante de comercio.

Una joven mochilera, feliz por las ofertas conseguidas, no puede evitar llamar a su madre para contarle. Mientras le pide que le recarguen desde Buenos Aires crédito en su celular 4G, coordina para que apenas vuelva de Jujuy al día siguiente, su padre la vaya a buscar a Aeroparque así vuelan directamente a Punta del Este. Sin embargo, las malas noticias llegan cuando llama a una amiga que desde la gran ciudad la pone al día con las novedades de la universidad privada donde cursa: la cuota aumentó de $3500 a $4000 por mes.

Texto: Mariano García

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