Moscú: campeón del mundo subterráneo

Moscow Metro

Hay momentos en un viaje que son una maldición para el turista: días de lluvia, no tener dinero para entrar a museos o galerías de arte, o colas eternas para visitar las principales atracciones de una ciudad. Nada de eso es problema cuando se visita Moscú: su impresionante Metro es uno de los mayores puntos de interés, y a través de sus estaciones se puede recrear gran parte de la historia, estética e ideología de la Rusia soviética del siglo XX.

Con una longitud total que supera los 360 kilómetros, el metro de Moscú transporta hasta 9 millones de pasajeros en sus 20 horas de funcionamiento diario (de 5:30 a 1:30 hs.) a lo largo de 14 líneas que suman 214 estaciones. La mayoría de ellas, verdaderos palacios subterráneos de mármol sostenidos por columnas de granito rematadas con sólidos capiteles, decorados con una prolífica y colorida variedad de esculturas, relieves, vitrales y murales.

La construcción del metro comenzó en la época de entreguerras, durante el intenso período post revolucionario encabezado por Iosif Stalin , que aceleró la industrialización y modernización de la nueva sociedad soviética. La primera línea fue inaugurada el 15 de mayo de 1935, con trece estaciones que unían las terminales Sokolniki y Okhotny Ryad. Stalin había encargado que las decoraciones fueran la representación del triunfo del comunismo y el ideal de una nueva sociedad de campesinos y proletarios libres. El recorrido por las estaciones puede leerse narrativamente, como un relato ideológico impuesto por el Partido gobernante.

Ni siquiera la Segunda Guerra Mundial pudo frenar el crecimiento del metro, que tuvo su época dorada durante la Guerra Fría, período de opulencia triunfante y consolidación de la arquitectura estalinista, que también dejó su marca bajo tierra. Dos características son comunes a las nuevas estaciones de los años ‘50: funcionalidad y énfasis en la calidad y solidez de los materiales (sin tantos barroquismos ornamentales) y mayor profundidad en su localización.

Ambas cualidades respondían a una misma idea, muy común por aquellos años: las nuevas estaciones fueron pensadas para servir como refugios ante la hipótesis de un ataque nuclear. Es emblemática de este período la más profunda de todas, Park Pobedy (Parque de la Victoria), que a 84 metros bajo tierra celebra el triunfo ruso frente al ejército nazi. El damero de mármol blanco y rojo y las columnas curvas logran una perspectiva y equilibrio geométrico que se fuga hacia el centro, para finalizar en el mural cerámico del artista Zurab Tsereteli que conmemora la resistencia y victoria soviética ante las invasiones alemanas de 1945.

Al combinar estaciones se agrega una aventura extra: aquí se encuentran las escaleras mecánicas más largas de Europa. La de Park Pobedy ostenta el récord con 126 metros y 740 escalones. El recorrido desde la estación hasta la superficie lleva aproximadamente tres minutos. Perderse entre las infinitas combinaciones, líneas, pasillos y eternas escaleras mecánicas hacia el vacío es un recorrido ecléctico por estéticas e hitos de la Rusia moderna.

La más popular entre todas las líneas es la número 5, Koltsevaya («Circular»). Fue construida entre 1950 y 1954 y une las demás en un círculo que cubre el centro de la ciudad. Cada una de sus doce estaciones merece ser visitada, y son las más concurridas tanto por locales como por turistas. Komsomolskaya (1952) es la más llamativa y transitada dentro de la línea circular, al combinar con la línea 1 y la terminal de trenes de larga distancia. Sus cielorrasos decorados con teselas doradas, relieves barrocos y gigantescos mosaicos alusivos a la revolución de Octubre son iluminados con candelabros palaciegos. Las sólidas columnas de mármol sostienen un verdadero museo de la revolución soviética por sobre las cabezas de los pasajeros, con imágenes de Lenin y el Ejército comunista tomando el poder en la Plaza Roja.

Continuando dentro de la línea circular llegamos a una de las estaciones más importantes de todo Moscú, Kievskaya, famosa por su impresionante colección de mosaicos diseñados por A.V. Myzin que conmemoran la incorporación de Ucrania a la Unión Soviética, a través de momentos históricos protagonizados por personajes como el poeta Aleksandr Pushkin; los políticos Dobroliubov, Chernishevski, Nekrasov y Shevshenko en una reunión en San Petersburgo; Lenin editando su periódico “Iskra” o proclamando la victoria de la revolución de 1917; y las batallas de Donbass y Poltava. También se pueden encontrar inmortalizados en las paredes a Kalinin, Ordzhonikidze, junto a escenas triunfales en la capital Kiev (de ahí el nombre de la estación) y bucólicas representaciones de la amistad entre los pueblos ucranianos y rusos.

El diseño de la estación fue elegido mediante un concurso llevado a cabo en Ucrania; la propuesta presentada por el equipo de E.I. Katonin, V.K. Skugarev y G.E. Golubev logró el primer puesto de entre las 73 propuestas y se convirtió en el diseño final. Tanto los mosaicos como los arcos entre pilones se hayan bordeados por unos elaborados adornos color oro.

La siguiente parada es Park Kultury (1950). Construida por el arquitecto Igor Rozhin, su temática es la celebración del deporte, a través de 26 bajorrelieves de mármol blanco traído especialmente desde Georgia, creados por el artista Iosif Rabinovich. Con un imponente suelo de granito gris y negro, es un homenaje al ocio y la actividad física de las juventudes soviéticas. La simbología deportiva y recreativa excede las paredes de la estación: a la salida se encuentra el más grande y famoso parque público de Moscú, Gorki Park; y posteriormente a la finalización de Park Kultury, a Rozhin le fue encargado el diseño del monumental Estadio Olímpico Luzhniki, que será la principal sede de la Copa del Mundo y albergará la final el domingo 15 de julio.

Más austera y pesada, Prospekt Mira (1958) se caracteriza por la fuerza de las columnas de mármol blanco rematadas con el clásico emblema de la hoz y el martillo en bronce. También privilegiando estructura y materiales por sobre los ornamentos, el arquitecto Leonid Popov se inspiró en la arquitectura medieval rusa, y el estilo de las antiguas iglesias ortodoxas para dar forma a Dobryninskaya (1950). Con sus arcos de medio punto que conectan los pasillos en ambas direcciones y las luces zigzagueantes sobre un cielorraso blanco, se logra un alto contraste con el suelo de granito gris oscuro (también típico de las iglesias ortodoxas) aumentando así el efecto de luminosidad y claridad en el hall central.

Sin salirse de la línea circular, Novoslobodskaya (1952) hace gala del colorido y luminosidad de sus vitrales, ubicados a lo largo de las plataformas. En uno de los extremos se luce el mural «Paz por todo el Mundo», mosaico del artista ruso Pavel Korin, ganador del Premio Estatal de la URSS (Premio Stalin), perfecto ejemplar del entramado ideológico-estético del realismo socialista. En el extremo opuesto del círculo, pero con la misma opulencia decorativa de la posguerra triunfal, llegamos a Taganskaya (1950), con sus 48 paneles de mayólica azul y blanco. El tema militar se manifestó con evidencia en el diseño de la estación. El país experimentaba la alegría de la victoria, que fue expresada en la arquitectura y urbanismo por el florecimiento del barroco estalinista. La pompa y la magnificencia características del espíritu vencedor, se encarnaron en una combinación de estilos romanos, griegos y oriental. Y, naturalmente, fue intensificada la simbología nacionalista.

Combinando aleatoriamente con las demás líneas, se descubren otras estaciones que se destacan por la simpleza de sus trazos, la perfecta simetría y profundidad de las líneas diagonales que se fugan velozmente hacia el centro del hall. Tal es el caso de Mayakovskaya (1938), una gema futurista de vertiginosas columnas de acero curvadas, que exhibe en su cielorraso una admirable colección de mosaicos que ilustran la vida cotidiana de la Rusia de entreguerras, con escenas deportivas, familiares y políticas. Con delicados detalles en mármol rojo, es para muchos la más bonita de todas las estaciones del Metro de Moscú, y una de las más famosas del mundo.

El mismo diseño de mosaicos lo encontramos nuevamente en Novokuznetskaya (1943). Abierta en plena Segunda Guerra Mundial, homenajea en su profusa ornamentación a los soldados soviéticos de entonces. Los siete mosaicos de forma octogonal en el cielorraso realizados por el artista V. Frolov retratan el mundo del trabajo y la industria durante los tiempos de guerra. La figura de Lenin (omnipresente a lo largo de todo el metro) vuelve a aparecer en el mural junto a soldados y obreros que cierran filas para proteger al Kremlin, en una austera escena monocroma que combina con el mármol blanco de Siberia utilizado para construir la estación. La frecuencia de trenes en el Metro de Moscú es casi constante, menos a un minuto a veces. Pero si hay demora, en Novokuznetskaya se puede esperar en bancos de mármol que originalmente pertenecían a la Catedral de Cristo Salvador, y fueron llevados a la estación de metro antes de que la catedral fuera demolida por el régimen comunista.

Del mismo período, llegamos a Elektrozavodskaya (1945). Aquí la estética industrial y el estilo ingenieril se impone en la decoración compuesta por seis hileras de lámparas circulares en el cielorraso, que completan un total de 318, obra de los famosos arquitectos soviéticos Vladimir Schuko, Vladimir Gelfreich e Igor Rozhin. Tanto el nombre como el estilo hacen referencia a la fábrica de lámparas de luz cercana a la estación, representada también en los relieves alusivos a sus trabajadores.

Si de conjuntos escultóricos se trata, la más destacada es Ploshchad Revolyutsii (1938). En el centro de la línea 3, fue diseñada por el arquitecto Alexey Dushkin, que eligió mármol amarillo y rojo para los arcos de las aperturas, apoyados sobre pilares de mármol negro de Armenia. A ambos lados de cada arco que comunica las plataformas se presenta una colección de 76 esculturas de bronce del artista Matvey Manizer, dedicadas a los héroes anónimos de la revolución bolchevique: combatientes, obreras, deportistas, escritores, granjeros y estudiantes. El personaje más querido de todos es el fiel perro que acompaña a un soldado, que según la creencia popular trae suerte si se le acaricia el hocico. Algo que hacen religiosamente todos y cada uno de los moscovitas que pasan frente él, con el evidente y simpático desgaste del bronce en la trompa de la valiente mascota.

El efecto ideológico es irresistible. Horas y horas bajo tierra en lo que quizás sea el mayor logro arquitectónico de la Unión Soviética sumergen al pasajero en la narrativa estalinista, reforzada por el hipnótico mantra que se repite por los altoparlantes en cada estación: Осторожно! Двери закрываются (“¡Cuidado! Las puertas se están cerrando”). Quizás sea la falta de luz natural o el aire enrarecido, pero aquí uno se siente un feliz proletario yendo a trabajar rodeado de energía positiva y victoriosa. El tedio de apretarse en un subterráneo ida y vuelta a casa se convierte en una apasionante visita por un museo de historia contemporánea.

En el metro de Moscú el tiempo se suspende, el espacio se transforma, y el relato triunfal de la Rusia del siglo XX los proclama como campeones mundiales del mundo subterráneo.

Texto: Mariano García

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