La segunda temporada de la serie Ragnarok vuelve a despertar el interés del público internacional por un rincón de los fiordos noruegos cada vez más popular y promocionado: la imponente vista panorámica desde los 700 metros de altura de Trolltunga.
La icónica roca tallada por glaciares que llegaron hasta los bordes del acantilado durante la Era del Hielo, hace aproximadamente 10.000 años, hizo su esperada aparición en esta nueva temporada de la serie de Netflix. El accidentado paisaje formado durante el período Precámbrico resulta el lugar ideal para escenas panorámicas de sacrificios religiosos o míticas peleas entre el Bien y el Mal: de sólo mirarlo ya se genera vértigo y aceleran las pulsaciones.
Sin ser la locación protagónica por donde transcurre la acción, se adivina que Trolltunga irá sumando relevancia con el correr de las próximas temporadas cada vez que se necesite del dramatismo y misticismo escenográfico que la naturaleza ha regalado a este rincón occidental de Noruega.
Pero no sólo con postales turísticas se sostiene esta destacada serie nórdica. Los nuevos seis episodios continúan siendo un viaje por la vida cotidiana de la pequeña localidad de Odda, con la mezcla de abandono industrial, entorno natural y arquitectura escandinava presentes en sus apenas 2,8 kilómetros cuadrados de superficie.
El primer episodio de la nueva temporada comienza donde había terminado la anterior: en las derruidas instalaciones de la metalúrgica Smio i Odda, construida en 1907, y que aún hoy es la herrería tradicional más grande que queda en los países nórdicos. Esto es en su nuevo edificio, ya que gran parte de sus fundiciones originales se encuentran abandonadas. Escenario ideal para descargar toda la furia del dios del trueno Thor entre el concreto graffiteado y los amplios ventanales destrozados (calle Smelteverket 53).
El paisaje post apocaplíptico e industrial de la metalúrgica se encuentra rodeado a un lado por el río Opo y al otro por la principal avenida del pueblo, Roldasvegen.
Las aguas de deshielo que bajan desde las alturas del fiordo Sørfjorden le dan a la ciudad el necesario tono de frescura que tanto necesita al ser un histórico polo de industria pesada. Desde los numerosos puentes que lo atraviesan se consiguen las mejores vistas panorámicas de Odda.
Al otro lado, los típicos chalets nórdicos suman color y un aspecto renovado entre viviendas residenciales y pequeños negocios, como parte del agradable suburbio semi rural.
Pero si de arquitectura típica se trata, el mejor ejemplo es la Iglesia Odda (Odda kyrkje, Soknehuset, Almerket 3), un austero templo luterano que se destaca en el paisaje urbano por su minimalismo de formas y dominante color blanco carente de ornatos. Construida en madera en 1870, su estilo de rectángulo alargado rematado por un alto campanario es el prototipo de las iglesias noruegas.
Alrededor del pequeño puerto se organiza el centro y la vida social de la ciudad. Al estar también allí la terminal de bus que lleva a los turistas hacia Trolltunga, es la parada ideal para comer y aprovisionarse previo a la excursión. Y de paso recrear las numerosas escenas de la vida cotidiana que en Ragnarok se suceden entre el supermercado Spar (Eitrheimsvegen 6) y el local de comidas rápidas Odda-Grillen (Tyssedalsvegen 5).
Como detalle final, un personaje silencioso que mira desde un lugar privilegiado las conspiraciones de la maléfica familia Jutul: el cuadro “Anochecer en la calle Karl Johan” (Evening on Karl Johan Street), del artista más importante de Noruega, Edvard Munch. Esta pintura de 1892 es testigo mudo de todo lo que sucede en la mansión de los aristocráticos de villanos de la serie.
El original se encuentra en el museo Kode, de Bergen; otro guiño a los turistas que conocen la región ya que esta ciudad es el principal punto de acceso hacia Odda y Trolltunga. El cuadro es considerado como una de las principales obras del movimiento expresionista, y su permanente presencia en la pantalla le recuerda a los espectadores que existe mucho más de Munch y arte noruego que famoso hasta el hartazgo “El Grito”.

Los rostros pálidos y cadavéricos de los transeúntes, que caminan alienados como autómatas en una sombría tarde de invierno en Oslo, forman parte de una serie de pinturas de Munch catalogadas como “La crisis de la vida”. El aspecto zombie y amenazante de la escena no tiene nada que envidiar a ninguna serie o película de terror contemporánea. Quizás nos estén queriendo contar lo que vendrá en las próximas temporadas de Ragnarok.
Texto: Mariano García
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