En un cine contemporáneo dominado por los multiversos y permanentes reversiones, “Hustle”
–producida y protagonizada por Adam Sandler– juega a lo largo de dos horas a recrear el
mundo actual de la NBA remixando ideas de las grandes películas deportivas de las últimas
cuatro décadas.
Los mundos paralelos chocan en pantalla en un gigantesco déjà vu. Es como si el coach Pete
Bell de “Blue Chips” (1994) saliera nuevamente a reclutar jóvenes talentos escondidos ya no en
Estados Unidos sino alrededor del mundo; y en su camino se encontrara con la versión
española de Billy Hoyle (“White Men Can’t Jump”, 1992), y decidiera entrenarlo en la
mismísima Filadelfia como si fuera Rocky Balboa (1976). Y que todo esto tenga un final feliz
digno de High School Musical (2006).
Aquí y ahora, esto es recreado por Adam Sandler como el scout de los Sixers de Filadelfia
Stanley Sugerman, que descubre en un playground de España a Bo Cruz (grata sorpresa la de
Juancho Hernangómez en su debut cinematográfico), y apuesta lo poco que le queda en sus
aspiraciones profesionales a hacerlo entrar en el draft de la NBA.
La premisa y los primeros 45 minutos de la película son más que prometedores, sobre todo
gracias a un casting inigualable en cuanto a cameos y colaboraciones: toda la NBA dice
presente gracias a la figura de LeBron James como productor del proyecto. El realismo de las
locaciones y las acciones de juego solo se equipara a la mítica “Blue Chips” de Nick Nolte,
Shaquille O’Neal y Penny Hardaway.
Pero a diferencia de los grandes films deportivos que homenajea, en “Hustle” el guión se va
estancando y la historia se vuelve predecible. Los 117 minutos de duración no se aprovechan
para desarrollar historias paralelas y comprender mejor a los personajes secundarios. Hay
mucho potencial en el antagonista y villano de la película interpretado por Anthony Edwards,
que queda reducido a un bully dentro de la cancha y no se sabe mucho más sobre él.
La historia se centra exclusivamente en la relación entre Sugerman y Cruz. Esto le permite a
Sandler destacarse actoralmente más allá de las comedias y clichés grotescos que lo hicieron
famoso, y al bueno de Juancho en sostener a su personaje con su porte y talento deportivo
(siempre será mejor hacer actuar a basquetbolistas profesionales, que intentar que los actores
parezcan jugadores de 2,06 de altura).
Del resto de las figuras del mundo NBA que desfilan por el film, solo Kenny Smith se anima a
no interpretarse a sí mismo y es otra de las revelaciones positivas. El resto de los personajes
secundarios, incluida nada menos que Queen Latifah como esposa de Sandler, solo
acompañan sin aportar casi nada a la historia.
Los últimos 45 minutos valen la pena solamente para poder llegar a los créditos, más
entretenidos para los fans del básquet que el propio final de la película.
En colaboración con RecomendAgos