XXY: El gen de la polémica

No siempre cruzar argumentos entre géneros narrativos y saberes académicos lleva a buen puerto. No hay dudas de que del juego entre narrativa ficcional y conocimientos científicos han salido muchas de las piezas más importantes de la literatura y el cine de los últimos dos siglos (y no necesariamente en el género de la ciencia ficción). Incluso, obras de ficción han anticipado grandes logros en la esfera científica con décadas de antelación. Sin embargo, cuando los criterios de verdad científica se confunden con los parámetros de verosimilitud de un género narrativo, ninguna de las dos partes sale beneficiada.

Esto es precisamente lo que sucedió con un comunicado que la Sociedad Argentina de Endocrinología y Metabolismo (SAEM) ha difundido, donde se critica en forma airada al film XXY, de la escritora y directora cinematográfica Lucía Puenzo.

Lamento científico

Mediante su comunicado, la SAEM se lamenta de que “la película XXY acarrea algunos errores conceptuales que pueden dañar moralmente a algunos pacientes o sus familias”.

El centro de la polémica está precisamente en el título del film. Básicamente, el error conceptual que denuncia la SAEM es que el título de la película no se corresponde con la patología que presenta Alex, el personaje protagónico de la ficción. Alex es una chica que ha nacido con ambigüedad genital y que, al llegar a la adolescencia, se enfrenta a una crisis de identidad sexual.

Pues bien, la SAEM aclara enfáticamente que la ambigüedad genital nada tiene que ver con los genes XXY, que se corresponden a lo que clínicamente se denomina Síndrome de Klinefelter. En condiciones “normales”, los varones suelen tener cromosomas XY, y las mujeres XX. Pero los varones (y solamente los varones) que están afectados por el Síndrome de Klinefelter presentan código genético que se identifica como XXY. Científicamente, los cromosomas XXY no implican ningún tipo de ambigüedad genital.

Resumiendo: la película plantea el conflicto de una chica con ambigüedad genital, mientras que XXY se refiere a un síndrome que afecta únicamente a varones, y que se manifiesta en los genitales no como ambigüedad, sino como una anomalía en el desarrollo de los testículos (escasa producción de testosterona e insuficiente desarrollo), sin que ello implique tampoco tendencias a la homosexualidad.

Las conclusiones a las que llega la SAEM, en vistas de esta contradicción, es que:

“El film aborda un problema complejo, como es la definición de la orientación sexual durante la adolescencia. Lamentablemente mezcla en una misma historia la homosexualidad con una anomalía congénita de desarrollo sexual fantasiosa (por lo tanto, no analizable desde el punto de vista médico). Dos hechos que poco tienen que ver entre sí. Para colmo de males, el título elegido para sugerir una ambigüedad sexual en esta película fue XXY (…) Lamentablemente el título de la película, que tanta importancia mediática tiene, no pudo haber sido elegido con más desacierto”.

Sobre esferas y verosímil de género

Recordemos la teoría social clásica de Max Weber, cuando explica que en las sociedades modernas, las diferentes esferas de valores y conocimientos se autonomizan y separan. Algunas de las esferas que Weber más comenta son la religiosa, política, económica, y científica. Podríamos retomar a Weber, entonces, para afirmar que en el tema que nos ocupa, la mayor confusión suele generarse cuando la esfera de la ciencia le reclama a la esfera del arte que se maneje con criterios de verdad que le son ajenos.

En primer lugar, porque los realizadores del film XXY no quisieron hacer una película didáctica o un documental de divulgación sobre el Síndrome de Klinefelter. La propia Lucía Puenzo, en el sitio web de su film (http://xxylapelicula.puenzo.com), explica que “aunque mucha gente lo desconozca existe un elevado número de bebés que nacen con lo que se denomina ambigüedad genital. XXY cuenta el momento brutal y transformador en el que una adolescente se encuentra con su identidad”. El centro de la película es precisamente la intersexualidad, la ambigüedad sexual, y los debates que se abren en torno a la decisión de operar o no a las mujeres con un clítoris excesivamente desarrollado.

Los actores del film, tampoco parecen confundidos al respecto: “XXY es la historia del despertar sexual de una adolescente intersexual. Empecé a trabajar con esa imagen en la cabeza: el cuerpo de una adolescente en el que conviven los dos sexos”, cuenta Inés Efrón, que interpreta a Alex.

Por su parte, Ricardo Darín explica desde el punto de vista de su personaje, cuál es el tema principal del film: “El padre de Alex es un biólogo que no está dispuesto a dejar que ningún médico le ponga una mano encima a su hija. Decide alejarse de Buenos Aires para proteger a su hija, con la certeza de que una cirugía no puede crear un cuerpo de apariencia normal.” Tomando una posición al respecto, Darín se pregunta: “¿Y las mutilaciones? ¿Las cicatrices? Las cirugías que se les realizan a estos chicos son cosméticas. Hasta hace unos años muchos de estos chicos eran operados al nacer, se los sometía a lo que se llama una normalización, que es en realidad una castración”.

Vemos entonces, que el tema de XXY va mucho más allá de explicar un síndrome en forma didáctica, para la tranquilidad de los científicos. El tema plantea un debate para el cual no tiene una respuesta definitiva (y el arte primero plantea interrogantes, antes de dejar servidas las respuestas), pero sí una posición tomada.

La diferencia que marca la SAEM no es ajena a Puenzo. Incluso, en el sitio web de XXY se dedica una sección titulada Diagnóstico de Alex, donde se aclara que la película “no intenta presentar un caso clínico”, aún con el asesoramiento y seguimiento del guión que han hecho médicos genetistas y padres de niños con diferentes casos de intersexualidad.

La confusión en la que cae la asociación médica, es pedirle a un film de ficción que tenga la rigurosidad de un documental. Ni siquiera en su desarrollo, sino principalmente en el título. Ahora bien, ¿desde cuando, una novela o una película, deben tener un título que se ajuste a criterios científicos de verdad? La idea carece tanto de sentido, para aceptarla es necesario apartarse voluntariamente de los verosímiles sociales que cualquier espectador reconoce apenas entra a una sala de cine.

Si la ambigüedad y el doble sentido no son lujos que puedan permitirse en la esfera científica, en el arte son casi una condición de género. Que una película que trata sobre la ambigüedad, tenga a su vez un título ambiguo, puede ser tal vez una decisión efectista, quizás hayan optado por un nombre corto y llamativo. En todo caso es una decisión estética, que no tiene por qué estar sujeta a controles de validación científica.

Si se tratara de un documental sobre el Síndrome de Klinefelter, las objeciones estarían ampliamente justificadas. En ese caso, el hipotético documental no debería llamarse XXY, sino seguramente “Hiperplasia suprarrenal congénita” (tal el diagnóstico exacto de Alex).

La SAEM hace una interpretación literal del título de la película, que tranquilamente puede ser figurado. Aceptemos que se trata de genetistas y endocrinólogos; no necesariamente las profesiones más metafóricas que existan. Pero por más que le cueste entenderlo a las ciencias médicas, no puede concebirse la ficción y la literatura sin metáforas (en realidad, no puede concebirse ningún tipo de lenguaje, sin figuras retóricas).

¿Es un caso de publicidad engañosa, que La Historia sin Fin en realidad sí tenga un fin? Los expertos en computación, ¿salieron a aclarar que no necesariamente lo que se muestra en Matrix, es tecnológicamente viable? ¿Y no estaba Schwarzenegger, ridículamente embarazado en Junior? ¿Qué tendría que decir la ciencia al respecto?

Podría objetarse que XXY no es una película ni de aventuras, ni de ciencia ficción ni una comedia, como estos contraejemplos intencionalmente provocativos. Pero Mississippi en llamas está basada en hechos reales, y es bien dramática y realista. Y sin embargo, no vimos que el departamento de bomberos de Mississippi haya tenido que difundir un comunicado aclarando que, en ese largometraje, lo que se incendia no es toda la ciudad, sino apenas algunas iglesias bautistas. Por suerte, no tuvimos que leer quejas por parte de la Academia Nacional de Geografía de la República Argentina, cuando en ocasión del estreno de Hombre mirando al Sudeste, el protagonista haya tenido la osadía de dirigir su mirada hacia algún otro punto cardinal.

Y ya que estamos repasando al pie de la letra algunos clásicos del cine, recordemos al personaje de Dustin Hoffman en Rainman (nada dijo el Servicio Metereológico Nacional sobre la incongruencia de un hombre hecho con lluvia). Esta película enseña magistralmente los malentendidos y situaciones ridículas que se generan, cuando un sujeto no es capaz de captar lo figurativo del lenguaje, y se queda solo en el plano denotativo (como cuando ve en la señal de tránsito “No camine”, y se queda clavado en la mitad de la avenida).

El sentido circula socialmente a través de convenciones. Los géneros literarios y el cine son discursos que se construyen y viven gracias a estas convenciones. Pequeñas negociaciones en la arena del sentido, que nos evitan la esquizofrenia de tener que pensar si los extraterrestres realmente existen, o evaluar científicamente si es posible que la energía nuclear mal utilizada pueda generar mutaciones que den como resultado una caterva de superhéroes, y sus correspondientes archienemigos.

Sin llegar al extremo de la ciencia ficción, todo texto narrativo (más allá de su soporte) se construye a partir de figuras retóricas. Su comprensión, entre otras cosas, requiere que los receptores compartan los supuestos y expectativas de verosimilitud de cada género. Si no comprendiéramos las convenciones de los géneros ficcionales, todos seríamos ante ellos bastante rainmans.

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