La historia medieval abunda en referencias a la Ruta de la Seda, circuito comercial establecido entre Asia y Europa que se estableció en el siglo II a.C y mantuvo su esplendor hasta los inicios del siglo XV, favoreciendo el intercambio comercial entre el poderoso imperio Chino y las grandes potencias de Medio Oriente y Occidente.
Hablar de la Ruta de la Seda, implica hacerlo también del personaje que la inmortalizó con sus crónicas de viajes: Marco Polo. Este gran navegante no fue el primero en recorrer la ruta hacia las tierras de Genghis Khan, pero sí el que dejó registro escrito de sus experiencias. Lo paradójico es que este aventurero, que escribió un libro para dar cuenta de sus andanzas alrededor de todo el mundo por entonces conocido, carece de una biografía. Se conocen pocos datos ciertos de su vida más allá de algunas fechas, y su figura se alimenta más de leyendas que de hechos.
Sobre su fecha de nacimiento el 8 de enero de 1254 no hay controversia; y aunque hay unanimidad en identificarlo tanto a él como a su familia como venecianos, el lugar exacto donde nació es tema de interminables discusiones; ya que en la ciudad de los canales no existen referencias concretas a la casa materna de la familia Polo.
La búsqueda de los orígenes del mítico viajero no puede ser por otro medio que navegando, y si Venecia fue la potencia marítima que les dio ciudadanía, las pistas de su lugar de nacimiento que encontrarlas más allá del golfo de la región de Véneto.
Rumbo sur por el Mar Adriático, el azul del agua se hace cada vez más intenso y los archipiélagos recortan paisajes detenidos en el tiempo. El destino final: una isla que estaba bajo la soberanía de la República de Venecia entre los siglos XIV y XVI, y en la actualidad pertenece a Croacia: Korčula.
Es en esta isla, la segunda más poblada dentro de las 1185 que posee Croacia sobre el Adriático, donde los lugareños (y las oficinas de turismo, por supuesto) afirman que nació Marco Polo. Allí, en medio de pintorescas callejuelas de piedra que recorren un sinuoso trazado medieval, se encuentra la casa que actualmente es promocionada como su verdadero lugar de nacimiento. Cuenta la leyenda que la fortuna amasada por la familia Polo luego de sus expediciones comerciales los llevaron a radicarse en Venecia.
Pero la ciudad de Korčula volvería a ser protagonista en la vida del navegante: en septiembre de 1298 Marco Polo luchó como comandante de un buque de guerra veneciano ante el ejército genovés, en una batalla que tuvo lugar cerca de las murallas de Korčula. Aún hoy, detrás de las fortificaciones de piedra blanca que conforman el casco histórico de la ciudad, se esconden los secretos de aquellas épocas de legendarias batallas, custodiados por la solemnidad de un mar Adriático de infinitos matices de azules y turquesas.
La derrota veneciana le costó la prisión a Marco Polo, que pasó en Korčula los primeros cuatro días de su larga condena, aquella que lo trasladaría luego a Génova dictarle a su compañero de celda su “Libro de las Maravillas”, crónica de viajes donde dejó testimonio de todo lo visto y recorrido en sus travesías por la Ruta de la Seda.
Navegando entre sabores mediterráneos
La región de Dalmacia, a la cual pertenece Korčula, es la más grande y famosa de Croacia por su historia, cultura y gastronomía. Ubicada en el extremo sur del país, es la tierra del sol, el mar cálido, los olivos, el vino, los licores y las canciones folklóricas, en un marco de pintorescas casas de piedra y un entorno natural que ya no se encuentra en las regiones más desarrolladas del Mediterráneo.
Imaginar los primeros años de Marco Polo en Korčula es una invitación que los amantes de la navegación no pueden dejar pasar. De puerto en puerto, se esconden pequeñas ciudades y pueblos que resisten el paso del tiempo, en una isla cubierta en más de un 60% por olivos, viñedos y bosques.
El recién llegado no debe preocuparse por las reservas hoteleras. La mayoría de las casas de familia disponen de habitaciones independientes para hospedar a los visitantes. Entre especialidades caseras y una hospitalidad difícil de igualar en Europa, compartir la mesa con los isleños es la mejor manera de completar una experiencia auténticamente dálmata.
A pesar de lo complicada que puede resultar la lengua croata, no hay que preocuparse por el idioma. La influencia italiana, evidente en toda la región, hace que los dálmatas tengan una notable facilidad para las lenguas latinas. Y la pasión por las novelas latinoamericanas, que se transmiten por televisión abierta incluso sin doblajes ni subtítulos, hacen del español un tercer idioma detrás del inglés, sobre todo en la población femenina.
La ciudad que da nombre a la isla es además su principal centro de atracción. Detrás de aquellas murallas que alguna vez tuvieron preso a Marco Polo, aún hoy se mantiene el trazado urbano de estrechos pasajes que solo se pueden recorrer a pie, y visto desde arriba se asemeja a un esqueleto de pescado. Es precisamente sobre las murallas que conforman una costanera, por donde hace siglos atrás pasaba la Ruta de la Seda, donde hoy se pueden probar exquisitas especialidades marinas.
Sentarse a orillas del Adriático a degustar variedades de pescados y mariscos, acompañados por vino local y con el paisaje de las islas vecinas atravesadas por cientos de veleros que parten del puerto de Korčula, sintetiza las dos pasiones del lugar: la navegación y el buen comer.
Una porción de surtido de pescado para dos personas en alguno de los restaurantes (konoba) de la ciudad sorprenderá por la variedad y calidad que la cocina dálmata ofrece en la preparación. En esta región de Croacia, el pescado se cocina de tres maneras distintas: asado a la parrilla (na gradele), hervido en agua (na lešo), y freído con cebolla (brodet). Besugo, cabracho y merluza son los preferidos, y sea cual fuere el tipo de cocción elegido, siempre habrá especial atención a la madera escogida si es a la parrilla, y a los aceites y especias seleccionados para hervirlos o freírlos.
Si no es el pescado típico del lugar, vale también dejarse llevar por la herencia e influencia italiana de Korčula y optar por pastas (si es con frutos de mar, mejor) o pizzas (la capricciosa de queso, jamón y champignon es de lo más recomendable).
Para el postre, de nuevo dos opciones: el tradicional kroštule (fritura de harina con pasas y licor, pariente directo del “crústuli” calabrés); o salir a caminar a orillas del mar con ese gran aporte que Marco Polo trajo de china: los helados. Los hay muy buenos y de variados gustos a lo largo de toda Dalmacia, y uno de pistacho y avellanas es un acompañante ideal para salir a recorrer la ciudad.
Vale la pena perderse entre las estrechas calles dentro de su trazado urbano, que se asemeja en pequeña escala a su vecina y lujosa Dubrovnik. Korčula hereda su aspecto actual de sus años bajo el dominio veneciano, que dejó en la ciudad numerosos edificios gótico-renacentistas. La mencionada casa de la familia Polo, la catedral de San Marcos y el convento Franciscano son los destinos preferidos por los visitantes.
Como en el resto de las islas dálmatas, en Korčula el mar marca el estilo de vida: la navegación como medio de transporte principal, los pescados y mariscos en su cocina tradicional, las costaneras como lugar de reunión social, los paisajes marítimos en su arte y hasta el waterpolo (deporte en el que Croacia es campeón mundial y máxima potencia) como actividad recreativa para los jóvenes en la playa.
El buceo, lejos de ser una actividad para expertos, lo practica toda la familia. Lo calmo y transparente de las aguas hacen que con un snorkel y unas antiparras cualquier aficionado pueda hacerse con un buen número de esponjas y estrellas de mar. Pero atención: el cuidado del ecosistema marino es tan respetado como la limpieza del mar, por lo que todos devuelven lo sustraído del mar una luego de mostrárselo a los más chicos y sacarse una foto.
En los últimos días de su vida, Marco Polo dijo que había contado sólo la mitad de lo que había visto, porque de otra manera no le hubieran creído. Aunque la historiografía contemporánea aún no se ponga de acuerdo acerca de si Korčula fue o no la cuna del gran explorador, los encantos de la isla terminan por convencer a todo aquel que la visite a creer que sí.
Texto: Mariano García