Montenegro: El lado B del Adriático

En el siglo XIX Lord Byron había descrito a la costa montenegrina como “el encuentro más hermoso entre la tierra y el mar” surgido cuando nació el planeta. Pasó más de un siglo y todo parece seguir estando tal cual lo describió el poeta romántico inglés.

Al margen de las clásicas islas griegas y del boom turístico de la costa croata, la riviera montenegrina se mantiene como la puerta trasera del mar Adriático, un secreto que por ahora disfrutan mayoritariamente veraneantes serbios y rusos, más algunos occidentales que de a poco están descubriendo este vértice del Mediterráneo lleno de sorpresas.

Frontera no cicatrizada

La separación entre Croacia y Montenegro, más que frontera es una cicatriz que todavía no cierra. La enemistad todavía latente entre ambos países es la única razón por la cual existe apenas un solo servicio diario de autobús que conecta Dubrovnik (el destino más popular en todo el Adriático) con Herceg Novi, y ni siquiera haya barcos o ferrys que atraviesen el límite marítimo, a pesar de los escasos 50 kilómetros que separan ambos polos turísticos.

Fue desde el norte montenegrino que el ejército yugoslavo comandado por el entonces presidente Slobodan Milosevic dirigió el asedio y sitio de la ciudad amurallada croata durante la guerra que desmembró a la federación de repúblicas socialistas al sur de los Balcanes, y desde entonces Croacia y Montenegro se dan la espalda. Muy poco del turismo que atrae la “perla del Adriático” se derrama hacia abajo, haciendo que Herceg Novi apunte sus lazos hacia el Este, donde se encuentran sus primos hermanos serbios.

Herceg Novi nos da una muestra acabada de lo que puede ofrecer la costa montenegrina. Aguas de un azul hipnótico, una larga avenida costanera que une pequeñas playas de piedra, la fortificación medieval que cae directamente sobre el mar y un pintoresco centro lleno de restaurantes y cafés para pasar la noche.

Aquí los amantes del deporte encontrarán un lugar ideal para ver en directo las dos pasiones locales. Un estadio de waterpolo sobre el mar, y partidos improvisados en las aguas de cada playa, dejan en claro por qué Montenegro es potencia en esta disciplina. Por las noches, los lugareños se congregan en el playground de básquet para durísimos partidos de 3×3, muy entretenidos para ver pero sólo aptos para buenos jugadores. No están acostumbrados a hacer lugar a los turistas, así que quien se anime a participar mejor se vaya preparado para volverse con varios moretones y no decir nada al respecto.

Entrando a la bahía

Herceg Novi es además la puerta de entrada a la espectacular bahía de Kotor, una de las grandes maravillas paisajísticas del mediterráneo. Con la apariencia de fiordo, se introduce casi 30 kilómetros dentro de la plataforma continental, con una costa total de 107 kilómetros donde montañas y mar se enfrentan cara a cara.

La manera abrupta en que las alturas montañosas descienden sobre las profundidades marinas en esta región hace que las playas sean casi inexistentes. A medida que se va más profundo dentro de la bahía el agua pasa de azul y turquesa a esmeralda, y la ruta regala nuevas atracciones para detenerse y admirar.

Gracias a su aeropuerto y lujosos resorts, Tivat se destaca como la ciudad preferida por las clases altas y los viajeros de alta gama, sobre todo rusos. Si no se posee un yate mejor seguir de largo, ya que la navegación es la actividad por excelencia en esta ciudad, y el lujo de las embarcaciones uno de sus principales atractivos en los puertos de Porto Montenegro y Yacht Club Pool.

Para andar a pie o transporte público es más recomendable la pequeña y pintoresca Perast, que se puede caminar en menos de una hora, admirando la arquitectura en piedra de iglesias y casas antiguas junto al mar. La principal atracción de este pueblito idílico son las dos islas a las cuales se puede acceder contratando excursiones en bote: la primera de ellas es natural y alberga un monasterio, mientras que la segunda es artificial, tiene más de 600 año de antigüedad, y sobre ella se encuentra una iglesia católica.

Siguiendo hacia el sur, en menos de media hora se llega a lo más profundo de la bahía, a la localidad que le da nombre y es su principal centro turístico. La ciudad amurallada de Kotor, coronada por una fortaleza que data de las épocas de dominio veneciano en la región, es una joya medieval que se eleva sobre las aguas para ofrecer una vista inmejorable de la conjunción entre naturaleza y civilización que se repite a lo largo de toda la costa montenegrina.

El puerto recibe gran cantidad de cruceros, y desde allí se atraviesa un impresionante portal que da acceso a la ciudad vieja, donde un sinfín de gatos domésticos patrullan silenciosamente las intrincadas calles de piedra que van subiendo por la ladera de la montaña hasta dar con el sendero que lleva hacia la fortificación, construida como valla de contención ante el avance otomano durante la Edad Media.

Kotor es ideal para apreciar el ritmo de vida pausado, a veces imperfecto, siempre amigable, de los montenegrinos. La paciencia es fundamental para no preocuparse demasiado por los horarios de transporte ni la precisión en las direcciones; algo que si se viene recorriendo la costa, seguro ya se ha aprendido a tolerar. No es la cantidad ni la velocidad, sino la calidad en apreciar los detalles, lo que hace de este viaje algo inolvidable.

Budva: el corazón de la costa

Saliendo de la bahía de Kotor, 22 kilómetros hacia el sur se llega a la ciudad más importante del litoral marítimo del país, Budva. Ya en un terreno menos accidentado y a mar abierto, las playas vuelven a ser la gran atracción durante el verano.

Entra todas las que tiene para ofrecer, lo mejor es alejarse del casco urbano para llegar a Jaz, ubicada a 2,5 kilómetros al norte del centro de la ciudad. Con 1300 metros de arena sobre una suave bahía de aguas cristalinas y calmas, es considerada una de las mejores playas europeas. Se destaca el gran camping en el acceso, que en los últimos años ha albergado grandes conciertos, incluidos los Rolling Stones en 2007, todavía fresco en la memoria de los montenegrinos.

Jaz es poco accesible si no se tiene auto, lo cual la convierte un secreto que disfrutan casi exclusivamente los pobladores locales. De regreso, en el casco medieval de Budva no puede faltar el combo obligatorio de toda urbanización al sur del Adriático: centro antiguo amurallado junto al mar, callecitas peatonales de piedra, iglesias, palzas secas, negocios y gastronomía local para quedarse hasta pasada la medianoche.

Y así como hay sorpresas, Budva esconde una pequeña trampa. La postal riviera es el majestuoso monasterio de Sveti Stefan, a 8 kilómetros al sur de la ciudad, que sobresale en lo que era una isla, hoy unida al continente. Pero sólo se lo puede apreciar desde afuera, ya que tras sus muros funciona un lujoso hotel 5 estrellas, el más exclusivo de Montenegro. Pero a no desanimarse, las playas laterales brindan una excelente opción para apreciar el hermoso complejo desde el mar.

Ulcinj: paredón y después

Al estar conectada con las principales ciudades de la región, Budva es el camino de entrada o salida ideal para la costa montenegrina. Pero hay un destino extra, un bonus reservado para especialistas. En el extremo sur del país, en Ulcinj ya cambia el aire y se respiran aromas claramente albaneses.

Con la Mezquita de los Marineros dominando el paisaje frente a la playa del centro de la ciudad, de pronto el ambiente cultural pasa a mano de los musulmanes. El minarete de la mezquita solía ser un faro marítimo, que congregaba  mucho de los viajeros islámicos que atravesaban el Mediterráneo, y de ahí el nombre actual de la casa religiosa.

Con un pie en la frontera con Albania, desde Ulcinj sólo queda volver sobre los pasos y regresar a Budva o seguir camino hacia el sudeste. Las opciones de transporte se acotan y la sensación es la de haber caído en un callejón sin salida. Nada que no pueda ser mejorado con una buena porción de baklava con café turco en las terrazas de la fortaleza que da forma a la parte alta de la ciudad.
Unos días en Ulcinj es la antesala ideal para preparar el cruce hacia Albania, donde espera un país completamente distinto al resto de los Balcanes en cuanto a cultura, historia, idioma y tradiciones. Pero eso será motivo de otra crónica.

Texto: Mariano García

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